jueves, 27 de febrero de 2014

Reflexiones sobre Ucrania


Era sábado y no recuerdo exactamente por qué pero yo estaba dando una vuelta sola por Senamiestis, la parte antigua de Vilnius. Fue al poco de llegar, quizás a finales de octubre, no sé. Es un dato que tampoco importa. La tarde-noche en la ciudad era rara, irreal. Caía una lluvia fina, eso que en Asturies llamamos orbayu, y que aquí se ve tan pocas veces. En Lituania llueve mucho menos y muchas veces en invierno las precipitaciones son en forma de nieve. El tema es  que aquel día cerca del antiguo Ayuntamiento, había un festival de canción, danza y costumbres de Ucrania. No voy a negar que me fascinaron aquellos cosacos altísimos de largos bigotes que llevaban abrigos casi hasta los pies y botas de piel. Tampoco negaré que observé con envidia a aquellas muñecas de piel perfecta y pelo claro, con trenzas recogidas en la cabeza y vestidas con coloridos trajes tradicionales. Es evidente que todos iban ataviados para la ocasión y la verdad es que a mí me encantaron. Estuve casi una hora allí de pie esperando por J. y mientras tanto pude ver varias actuaciones musicales, danzas y juegos tradicionales en los que participaba el público. Hubo un momento en que sus juegos y chanzas se me antojaron tan parecidos a los nuestros que logré olvidar que no estaba en casa. Desde que estoy fuera de España estoy descubriendo que las personas se parecen mucho en todos los sitios. Puede cambiar la altura, el carácter o el color de los ojos, pero siempre hay algo común, algo que te permite empatizar. La historia es que a mí aquellas personas me resultaron alegres y amables. Me gustó su música y quedé fascinada con las imágenes del país que mostraba una pantalla gigante. Cuando J. llegó le dije que a lo largo del año teníamos que visitar Ucrania. Solo el precio y el horario del vuelo nos harían unos días después escoger San Petersburgo en lugar de Kiev para nuestra visita de enero. Ucrania queda pendiente, pero no me pienso olvidar.
A finales de noviembre, tiempo después de aquel festival que tanto me había entusiasmado, tuvo lugar la ya famosa cumbre de Vilnius, donde los países europeos intentaron acercarse a Ucrania con el consiguiente cabreo de Rusia. Desde aquí las cosas las vimos muy de cerca. La misma tarde en la que comenzó todo nos encontramos a varios manifestantes ucranianos lanzando proclamas a favor de Europa. “Ucrania es Europa” chillaban en lituano desde Lituania, un país que también formó parte de la Unión Soviética y que ahora por decisión de sus ciudadanos pertenece a la Unión Europea (con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva, está claro). Yo hace tiempo que soy  escéptica con el concepto “Europa”, pero tengo que admitir que los lituanos están recorriendo el mejor camino posible. Quizás el único posible para ellos. Esa es mi opinión ahora que los conozco un poco más, pero el camino de Lituania es otra historia…
En aquella cumbre el resultado final fue que Ucrania no firmó lo que tenía que firmar con Europa y mostró su apoyo  a la Rusia de Putin, al omnipotente y omnipresente Vladimir. Los representantes europeos, como no podía ser de otra manera, no se lo tomaron bien. Aún recuerdo el discurso de Durão Barroso  (en ese perfecto inglés que saben usar los políticos de todos los países excepto los de España…), diciendo ante la prensa que los países de la UE no pensaban ceder ante ningún tipo de chantaje.
Aquella fue la chispa que encendió un polvorín que se llevaba ya tiempo cociendo. Ucrania era y es una nación dividida entre los afines a Europa y los partidarios de seguir cerca de Rusia. Comenzaron a finales de aquel mes de noviembre las protestas que terminaron por extenderse a lo largo de los meses. Protestas y altercados que acabaron con un montón de muertos y un país que a día de hoy sigue dividido. Hace unos días ya que Yanukovich anda desaparecido del mapa, dicen los medios que puede estar en una base rusa en la zona de Crimea. Mientras tanto, tras su huida, en sus dependencias se hallaron todo tipo de lujos y comodidades, bastante alejadas de las que podría alcanzar un ucraniano de a pie. Así son las cosas en casa del poderoso.
Durante todo este tiempo he seguido muy de cerca las noticias que llegaban desde allí. Me he horrorizado con determinadas acciones que llegaban a nosotros por medio de la prensa y me he llegado a emocionar con otras. Recuerdo las palabras de un ciudadano que decía que ellos solo querían vivir una vida normal, en libertad. Supongo que eso es a lo que todos deberíamos aspirar.
A día de hoy Ucrania sigue siendo una bomba. Yo, desde aquí, desde donde veo las cosas un poco más cerca, solo les deseo que lleguen a buen fin. Les deseo que logren encontrar su camino, que alcancen una Ucrania libre en la que se respeten los derechos de todos sus ciudadanos. Lejos de pensamientos políticos divididos y fuera del yugo de los corruptos y de los opresores todos somos iguales. 
Foto tomada con mi móvil durante la cumbre de Vilnius. Los manifestantes gritaban "Ucrania es Europa".

lunes, 10 de febrero de 2014

Kalvarijų Turgūs



A las once y media de la mañana de un sábado cualquiera de enero bajamos andando desde nuestra casa con un ligero viento que empuja los copos de un lado hacia otro. El paseo no es largo. No llevamos paraguas. Hemos descubierto que la gente de aquí no lo utiliza para la nieve. Quizás es porque normalmente no nieva en tanta cantidad como en Asturias o tal vez sea porque aquí, a esta temperatura, cuesta sacar las manos de los bolsillos, aunque lleves dos pares de guantes como los míos: debajo unos de forro polar fino y sobre estos unas manoplas de lana compradas hace un mes en Kalvarijų, el mercado hacia el que nos dirigimos. El Kalvarijų Turgūs (mercado de  Kalvarijų) está en plena ebullición. Poco importa que esté nevando y que nos hayamos levantado con quince grados bajo cero. Todo sigue en su sitio. Ni el frío ni la nieve pueden impedir que un lituano continúe con su vida normal.  Ley de vida. Son duros como piedras. Nosotros entramos por la parte de atrás del  mercado, donde se sitúan las personas que venden cosas de segunda mano de todo tipo: objetos de porcelana, ábacos, patines de hielo, trineos, gorros de piel, abrigos,  medallas y pins de la época soviética, juguetes antiguos, etc. En  Kalvarijų, a diferencia del otro mercado al que vamos otras  veces los sábados, el Tauro Kalno, casi nunca hay turistas en busca de gangas.
El suelo está resbaladizo y no es fácil caminar entre la nieve. A pesar de eso todos siguen en su sitio. Inamovibles. En la parte de atrás, además de cosas viejas y alguna joya de colección, hay prendas de lana. Hoy hemos venido a por unos guantes. Sobre una mesa que no tiene ningún tipo de resguardo coloca la mercancía la señora a la que yo le compré los  míos. Está siempre en el mismo sitio. Hoy tiene las prendas cubiertas por un plástico fino. Nosotros nos quedamos mirando los guantes mientras ella va a ver a un ruso que tiene un puesto justo en frente del de ella. Hablan entre ellos. Luego la señora vuelve, saca una tacita de debajo de su mesa y va hacía el ruso. Él se la llena de café. Ella regresa a su puestecito y mantiene con nosotros una conversación parecida a la que tuvimos cuando yo compré mis guantes. Nuestro nivel con el idioma no da para más. Nos pregunta que qué lenguas hablamos y nos dice que ella habla lituano, ruso y polaco. Nosotros no manejamos ninguno de las tres, pero no importa. Si algo he aprendido en estos últimos meses es que en determinados momentos el no tener un idioma en común no es lo más importante. Los guantes de lana tejidos a mano nos cuestan quince litas (menos de cinco euros). Yo me voy de su puesto con sensación agridulce, me pasa muchas veces desde que estoy en Vilnius, me apena ver a gente tan mayor trabajando en estas cosas. Siempre que quiera guantes volveré aquí. Quizás empiece a regalar guantes a mis amigos…
 Seguimos cotilleando los puestos. La nieve empieza a caer con más fuerza y comienza a formar una capa más gruesa sobre el suelo.  Al fondo está otra de las señoras que siempre están en el mercado. Lleva un abrigo de piel muy grueso con una capucha que le taba la cabeza. Bajo semejantes pieles se ve aún más menuda que de costumbre. Me paro en su puesto y ella me sonríe. Siempre me sonríe. Pienso que un día tengo que comprar alguna de sus piezas de porcelana, muñecas de época soviética u ositos Misha. Miro con detenimiento pero no encuentro nada. No importa. Seguro que algún día lo encontraré.  Muy cerca está otro de mis tenderetes favoritos: el sitio donde compré un azucarero de cerámica alemana de la época de la RDA hace unas semanas. Bajo la sombrilla gigante, utilizada en este caso como paraguas, se esconden piezas únicas y genuinas conservadas en buen estado y a muy buen precio. Esta vez miro pero me resisto y, aunque veo un samovar que me gusta mucho, al final no me llevo nada.
El recorrido por la parte trasera de Kalvarijų  siempre nos lleva un buen rato. En esta ocasión nos vamos con un par de guantes y un ábaco que J. acaba de comprar a un ruso. Luego nos metemos por la puerta que lleva al mercado propiamente dicho y nos encaminamos a la parte central, al pabellón de los embutidos, donde se puede encontrar chorizo o lomo a precios que para un español resultan irrisorios. De camino me paro en uno de los muchos puestos de ropa y me compro unas mallas por veinte litas. Les busco la etiqueta porque una de las cosas que  me sorprenden de Lituania es que casi no tienen productos made in China. Son turcas y tienen pinta de abrigar mucho. Falta nos hace…
Dentro de la zona de los embutidos, uno de los  pabellones cubiertos en medio del mercado, el jaleo es impresionante. La gente de la ciudad recorre los pasillos comprando jamón, tocino, salchichas, lomo, chorizo, pan negro o verduras enlatadas. Nosotros todavía no nos hemos atrevido con las últimas, pero sí con todo lo demás. Recorremos los puestos y escogemos algunas cosas. Ahora ya entendemos determinadas palabras (pocas) y sabemos que nos estamos llevando lomo y chorizo de vaca.
Salimos del mercado sobre la una de la tarde. Sigue nevando. El viento frío empuja los copos hacia nuestras caras. Yo me cubro la boca con la bufanda y comienzo a caminar. Es sábado y estamos a menos quince. Así es Vilnius.