jueves, 6 de marzo de 2014

El último autógrafo



Quizás porque este no es un blog de viajes al uso, sino más bien las divagaciones y reflexiones de esta viajante por obligación, me atrevo a incluir aquí y ahora este texto de recuerdos y ensoñaciones de una vida que a veces parece otra distinta, tan ajena y lejana, tan divina como solo puede ser la vida que se recuerda, porque con el paso del tiempo borramos lo malo todo lo que podemos, aunque a veces nos queden manchas que no se quitan.
Ha muerto Leopoldo María Panero, el poeta maldito que nos quedaba. Cuando leí la noticia en una de las redes sociales a las que me encuentro enganchada sin remedio me invadió una ola de tristeza al recordar que el último autógrafo que pedí fue precisamente el suyo, va a hacer ahora dos años, en la feria del libro de Madrid.
Siempre he admirado a los poetas, quizás porque soy una poeta frustrada incapaz de escribir siquiera dos versos tristes o dos tristes versos, como se quiera mirar. Siempre he sido narradora en todo y para todo. En la vida y en la escritura me gusta escuchar a hurtadillas e inventar realidades, la mayoría de las veces con muy poco acierto, pero nunca he escrito un verso. Por eso los admiro y los observo con envidia.
La muerte de Panero ha traído a mi memoria mi breve colección de autógrafos e imágenes desgastadas de los momentos en los que los logré.
Por un lado tengo guardadas en el cajón varias firmas de amigos: la de Pablo Rodríguez Medina, José Luis Rendueles,  Xuan Santori o Toño del Valle. Me faltan varias que espero conseguir…
Por otro, conservo en la actualidad autógrafos de personajes con los que no he tenido relación, quizás solo la suerte de cruzarme con ellos en algún instante de mi vida. Entre estos  están los de Panero, Ángel González, Almudena Grandes,  Carlos Goñi y el de uno de los “grandes hermanos” de la primera tanda. Este último autógrafo lo guardo porque un día de domingo me lo trajo mi hermano, y los regalos de los hermanos no se rechazan, aunque sean solo firmas  arrugadas de concursantes de programas basura.
El autógrafo  de Carlos Goñi descansa sobre una entrada de un concierto casi olvidado de hace mucho tiempo, cuando mis amigas y yo aguantábamos horas y horas haciendo colas interminables para ponernos en la parte delantera de cualquier concierto al que íbamos. Muchas veces ni importaba el cantante, solo la emoción de estar juntas y de poder chillar y bailar como nada más se puede hacer cuando se rondan los veinte.
Los autógrafos de Ángel González y Almudena Grandes los conseguí el mismo día, hace ya tiempo, quizás corría el año 96 o 97, no lo recuerdo con exactitud. Por aquel entonces se organizó en Oviedo un homenaje a Ángel González al que asistieron varios poetas de los ya consagrados. Durante aquellos días de celebraciones, conferencias y actos, los estudiantes del Milán recorrimos con entusiasmo el camino de los escritores de un lado a otro de la ciudad.
Es curioso, pero con el paso del tiempo, hablando con algunos de aquellos compañeros, he llegado a descubrir que todos guardamos historias de esos días, recuerdos imborrable. Yo tengo marcados varios instantes, uno, en el Campoamor, cuando José Agustín Goytisolo recitó el poema aquel que tanta pena me daba (y me sigue dando), ese que decía “hijo mío no sirves para nada”. Tiempo después, tras la muerte de Goytisolo, volvió a mi cabeza aquel momento de poesía cuando oí  las palabras de boca del propio creador.
El otro recuerdo que guardo, quizás el más especial de aquellos días, ese que la muerte de otro poeta me ha traído a la cabeza, es el de una noche en uno de los cafés de Oviedo. No me acuerdo  del nombre del sitio, pero supongo que tampoco importa. Aquella noche mi amiga Carmen y yo estuvimos en aquel lugar, al lado de las mesas en las mesas bebían y hablaban escritores y cantantes. Allí mismo Ángel González nos firmó un folleto que recogía algunos de sus poemas. El viejo poeta bebía un vaso de güisqui, sonreía y fumaba. Vivía como solo ellos supieron vivir, bebiéndose y fumándose la vida. Ángel González nos pareció un tipo amable y cercano aquella noche. A la mañana siguiente, releyendo sus versos, ya no era un hombre normal, ya lo dijo otro poeta, Huidobro,  “el poeta es un pequeño dios”.
La misma noche en la que bebimos al lado de don Ángel encontramos a Almudena Grandes en la cola del baño. Allí me firmó una cajetilla de LM light. Ha pasado el tiempo y los cigarrillos han desaparecido de mi vida, pero la caja la conservo como algo muy especial.  A Almudena la admiraba mucho entonces y la sigo admirando ahora. Ángel González alcanzó con su muerte el estatus de dios de la poesía, no podía ser de otra manera. 
“Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra” decía otro de mis favoritos, Jaime Gil de Biedma. Hoy ha muerto Leopoldo Panero y me ha hecho retroceder en el tiempo, me ha traído el soplo de otras vidas vividas, de otros tiempos ya pasados. Quiero terminar esta entrada escrita desde Vilnius con unos versos suyos que he encontrado en internet:

 DEDICATORIA

Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.

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