Quizás porque
este no es un blog de viajes al uso, sino más bien las divagaciones y
reflexiones de esta viajante por obligación, me atrevo a incluir aquí y ahora
este texto de recuerdos y ensoñaciones de una vida que a veces parece otra
distinta, tan ajena y lejana, tan divina como solo puede ser la vida que se
recuerda, porque con el paso del tiempo borramos lo malo todo lo que podemos,
aunque a veces nos queden manchas que no se quitan.
Ha muerto
Leopoldo María Panero, el poeta maldito que nos quedaba. Cuando leí la noticia
en una de las redes sociales a las que me encuentro enganchada sin remedio me
invadió una ola de tristeza al recordar que el último autógrafo que pedí fue
precisamente el suyo, va a hacer ahora dos años, en la feria del libro de
Madrid.
Siempre he admirado
a los poetas, quizás porque soy una poeta frustrada incapaz de escribir
siquiera dos versos tristes o dos tristes versos, como se quiera mirar. Siempre
he sido narradora en todo y para todo. En la vida y en la escritura me gusta
escuchar a hurtadillas e inventar realidades, la mayoría de las veces con muy
poco acierto, pero nunca he escrito un verso. Por eso los admiro y los observo
con envidia.
La muerte de
Panero ha traído a mi memoria mi breve colección de autógrafos e imágenes
desgastadas de los momentos en los que los logré.
Por un lado
tengo guardadas en el cajón varias firmas de amigos: la de Pablo Rodríguez
Medina, José Luis Rendueles, Xuan Santori o Toño del Valle. Me faltan
varias que espero conseguir…
Por otro,
conservo en la actualidad autógrafos de personajes con los que no he tenido
relación, quizás solo la suerte de cruzarme con ellos en algún instante de mi
vida. Entre estos están los de Panero, Ángel González, Almudena
Grandes, Carlos Goñi y el de uno de los “grandes hermanos” de la primera
tanda. Este último autógrafo lo guardo porque un día de domingo me lo trajo mi
hermano, y los regalos de los hermanos no se rechazan, aunque sean solo
firmas arrugadas de concursantes de programas basura.
El autógrafo
de Carlos Goñi descansa sobre una entrada de un concierto casi olvidado
de hace mucho tiempo, cuando mis amigas y yo aguantábamos horas y horas
haciendo colas interminables para ponernos en la parte delantera de cualquier
concierto al que íbamos. Muchas veces ni importaba el cantante, solo la emoción
de estar juntas y de poder chillar y bailar como nada más se puede hacer cuando
se rondan los veinte.
Los autógrafos
de Ángel González y Almudena Grandes los conseguí el mismo día, hace ya tiempo,
quizás corría el año 96 o 97, no lo recuerdo con exactitud. Por aquel entonces
se organizó en Oviedo un homenaje a Ángel González al que asistieron varios
poetas de los ya consagrados. Durante aquellos días de celebraciones,
conferencias y actos, los estudiantes del Milán recorrimos con entusiasmo el
camino de los escritores de un lado a otro de la ciudad.
Es curioso,
pero con el paso del tiempo, hablando con algunos de aquellos compañeros, he
llegado a descubrir que todos guardamos historias de esos días, recuerdos
imborrable. Yo tengo marcados varios instantes, uno, en el Campoamor, cuando
José Agustín Goytisolo recitó el poema aquel que tanta pena me daba (y me sigue
dando), ese que decía “hijo mío no sirves para nada”. Tiempo después, tras la
muerte de Goytisolo, volvió a mi cabeza aquel momento de poesía cuando oí
las palabras de boca del propio creador.
El otro
recuerdo que guardo, quizás el más especial de aquellos días, ese que la muerte
de otro poeta me ha traído a la cabeza, es el de una noche en uno de los cafés
de Oviedo. No me acuerdo del nombre del sitio, pero supongo que tampoco
importa. Aquella noche mi amiga Carmen y yo estuvimos en aquel lugar, al lado de las mesas en las mesas bebían
y hablaban escritores y cantantes. Allí mismo Ángel González nos firmó un
folleto que recogía algunos de sus poemas. El viejo poeta bebía un vaso de
güisqui, sonreía y fumaba. Vivía como solo ellos supieron vivir, bebiéndose y
fumándose la vida. Ángel González nos pareció un tipo amable y cercano aquella
noche. A la mañana siguiente, releyendo sus versos, ya no era un hombre normal,
ya lo dijo otro poeta, Huidobro, “el poeta es un pequeño dios”.
La misma noche
en la que bebimos al lado de don Ángel encontramos a Almudena Grandes en la cola del
baño. Allí me firmó una cajetilla de LM light.
Ha pasado el tiempo y los cigarrillos han desaparecido de mi vida, pero la caja
la conservo como algo muy especial. A Almudena la admiraba mucho entonces
y la sigo admirando ahora. Ángel González alcanzó con su muerte el estatus de
dios de la poesía, no podía ser de otra manera.
“Pero ha
pasado el tiempo y la verdad
desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra” decía
otro de mis favoritos, Jaime Gil de Biedma. Hoy ha muerto Leopoldo Panero y me
ha hecho retroceder en el tiempo, me ha traído el soplo de otras vidas vividas,
de otros tiempos ya pasados. Quiero terminar esta entrada escrita desde Vilnius con unos versos suyos que he encontrado en internet:
DEDICATORIA
Más allá de
donde
aún se esconde
la vida, queda
un reino, queda
cultivar
como un rey su
agonía,
hacer florecer
como un reino
la sucia flor
de la agonía:
yo que todo lo
prostituí, aún puedo
prostituir mi
muerte y hacer
de mi cadáver
el último poema.
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