sábado, 19 de octubre de 2013

Seruenda


   
        Percuerro'l centru de la ciudá d'una vera a otra ensin mapa nin GPS nin nenguna otra cosa que me distraiga. Ye simple. Empiezo en Gedimino o na zona de la Facultá de Filoloxía y depués voi buscando Pylimo o Užupis o Pilies. Pente medies mil requexos y docenes y docenes de tiendes: de ropa, d'antigüedades, de llinu o d'eses moñeques piquiñines que tanto me gusten. Milenta coses distintes y nueves. Tovía ye ochobre y recién estrenada la seruenda, nesti país nel que'l sol calienta menos qu'una bombilla de baxu consumu, yá hai que poner abrigu, anque dalguna vez lu lleves desabrocháu y tengas que guardar guantes y gorru nos bolsos. Presta andar asina, ensin rumbu y ensin muncha priesa, pero delles veces da daqué de vértigu. Agora nun ye solo'l mieu a la fueya en blanco, tamién a les tardes escures d'esi iviernu que s'acerca poquiñín a poquiñín, nesta ciudá d’iviernu qu’agora sabe a seruenda, con toles fueyes semando'l suelu. ¡Zeus! ¡Cuántos árboles hai equí! Tirando Pilies p'abaxo y siguiendo una de les cais perpendiculares, topes como por arte de maxa  cola ilesia de Santa Ana, esi edificiu escomanáu color marrón que se ve nes postales que los turistes rusos compren nes tiendes turístiques, poques tovía, qu'hai na ciudá. De la ilesia al ríu hai namás un tiru piedra. Ye'l Vilnia, unu de los dos ríos que pasen per Vilnius, el qu'a min me fai alcordar del Güerna, dambos estrenchos y coles veres enllenes de verde y d'árboles. Agora tamién de fueyes. Ta too petao de fueya seco de color marrón, mariello y anaranxao. Ye entós cuando pienso ensin querer, sintiéndome un poco traidora,  no guapo que ye Vilnius, nes coses qu'esta ciudá de cuentu escuende nes coraes. Entós pienso tamién que ye una pena que quede a más de 2000 quilómetros d'Asturies, esa otra tierra a la que, sorprendentemente, tanto se me paez esto. 
        La tarde cai enriba ceo y píllame a la vera la catedral, depués del paséu desordenáu pel centru. Penriba los edificios qu'hai a la izquierda de  Gedimino veo ponese un sol naranxa. Alluma tan poco que pues miralu de frente ensin que te lloren los güeyos. Nesi momentu viénenme a la tiesta los atapeceres y los amaneceres que viví esti añu, quiciabes de los más guapos que viera na mio vida: un atardecer en Xixón a la vera la playa, un amanecerín en Marrakech, cola Koutobia a un llau y el sol saliendo, sonando música árabe nun taxi, camín del aeropuertu. Y agora esti. Esti atapecer de Vilnius, con una bola naranxa en cielu y esa lluz suavina ente les nubes. La lluz del Bálticu, tan distinta a la nuestra. Nesi instante nun pueo facer otra cosa que dexame llevar pola señaldá y paezme que regalaría esos amaneceres y esos atapeceres solo por poder espertar mañana pela mañana na mio casa azul. Asomame pela ventana y ver l'horru y ver detrás del teyáu la Portiel.la y oyer a la perra lladrar como lloca porque mi pá la va llevar pel monte. Ye solo un instante, unu d'esos momentos que m'atropellen mientres caleyo per Vilnius, la ciudá que, polo menos hasta xunu del añu que vien, va ser la mía. Anochez yá. Pongo'l gorru y los guantes y meto les manes nos bolsos. Yá ye hora de dir pa casa.

jueves, 10 de octubre de 2013

Historia, fotos, palabras y sensaciones en el Museo de las víctimas del genocidio

De una de las paredes de la habitación cuelga una imagen en sepia de cinco hombres situados tras unos barrotes. El que está más abajo a la izquierda es apenas un muchacho, no tendrá más de veinte años. Pienso que se parece a Paul Newman y tengo la sensación de que esa fotografía bien podría pertenecer a cualquier película bélica o carcelaria. Nada más lejos de la realidad. Me paro a reflexionar en ese preciso momento sobre la sociedad actual en la que muchas veces vemos la violencia como si fuese ficción, como una película, como algo ajeno y lejano. Me vienen a la cabeza algunas de las últimas imágenes de Siria. Estamos tan acostumbrados a la violencia que no nos damos cuenta de que es real, de que mueren personas. Como mucho sentimos pena, como me pasa a mí. Luego tenemos una especie de catarsis y durante unos momentos vemos nuestros problemas más vanos, nos alegramos de nuestra situación, sin duda mucho mejor que la de tantas personas que ahora mismo están viviendo guerras o miserias varias. 
El Museo de las víctimas del genocidio, antiguo edificio de la KGB de la ciudad de Vilnius, me hace pensar en todas esas cosas. No es fácil recorrer sus pasillos si tienes un ápice de sensibilidad y puedo decir que nunca en la vida he tenido  sensaciones parecidas en ningún otro lugar. Aseguro que en algún momento, a pesar de la calefacción y de llevar puesto el abrigo,  podía sentir un frío que me calaba hasta los mismos huesos. ¿Qué hay en ese edificio que me produjo tanto desasosiego? En realidad no es solo lo que ha quedado dentro, los recuerdos, las fotografías, las historias, los restos de las celdas, la sala de tortura, lo más inquietante es darse cuenta de lo que fue, de lo que supuso para miles de lituanos que fueron encarcelados, torturados y ejecutados dentro de esas paredes que albergaron a la Gestapo entre 1941 y 1944 y que se convirtieron luego, hasta los años 90 (¡hasta los años 90!) en edificio de la KGB en Vilnius. A lo largo de los distintos paneles explicativos el visitante va abriéndose paso entre la convulsa historia del siglo XX. El museo se centra en explicar la difícil lucha de la guerrilla partisana contra la ocupación soviética. David contra Goliat. Fotografías, imágenes, historias de familias lituanas enteras enviadas a Siberia, a lugares inhóspitos y lejanos, imágenes de partisanas y partisanos asesinados y la fotografía que más me impactó, la que sé que nunca más se me va a ir de la cabeza, la de la chica partisana a la que le destrozaron los ojos. Violencia en estado puro, represión y dolor. El museo se convierte de esta forma en un panteón que no permite olvidar, quizás porque lo que aquí sucedió aún está demasiado cerca en el tiempo.
Para entender bien lo que pasó hace falta un poco de historia. Cuento aquí, muy resumido y con muchas lagunas, un retazo de la historia de Lituania, precisamente esa parte que refleja el Museo de las víctimas del genocidio:
En junio de 1940 las tropas de la URSS ocupan Lituania, que es anexionada en agosto de ese mismo año. Justifican la ocupación en el pacto Ribbentrop-Molotov, tratado de no agresión firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética (curioso tratando si tenemos en cuenta la falta de afinidad política...). A pesar de dicho pacto, Hitler, en 1941, en su afán expansionista, expulsa al Ejército Rojo de Lituania. Los soviéticos volverían a ocupar el país desde el 44  hasta los años 90. ¡Hasta los mismísimos años 90! Repito otra vez, ¡hasta hace cuatro días!
Sigamos con mi breve resumen histórico (de momento no puedo ofrecer nada más metódico). Pues bien, la URSS ocupa Lituania en contra de la voluntad de la mayoría de los lituanos, que ven como única forma de presión la guerra de guerrillas. Los soviéticos suprimen de forma brutal los intentos de resistencia lituanos (los encarcelan, los extraditan, los torturan) a la vez que reprimen la cultura y la lengua de Lituania, que se convierten de este modo en un símbolo frente a la ocupación. La situación se alarga durante años viviéndose los momentos más duros durante la época de Stalin. Más tarde se suaviza y las protestas dentro de Lituania —también en Estonia y Letonia— aumentan.
Finalmente, tras años de lucha y de represión, el polvorín  explota en las tres repúblicas bálticas a finales de los 80. El 23 de agosto de 1989 casi dos millones de personas salen a las calles pidiendo la retirada de las fuerzas de ocupación soviéticas. Estones, letones y lituanos se cogieron de las manos formando una cadena humana de más de 600 kilómetros que cruzó de lado a lado las tres repúblicas. En Lituania, a esta cadena humana se la conoce como la Baltijos kelias y fue un símbolo contra la opresión de la URSS. El 9 de noviembre del mismo año cae el Muro (curiosamente yo tengo en mi cabeza imágenes de la caída del muro de Berlín, pero hasta ahora no sabía nada de la Baltijos kelias, acontecimiento anterior en el tiempo). Tras la caída del Muro todo va en cadena. El 11 de marzo de 1990 Lituania es el primer Estado en declarar su independencia de la URSS. Moscú realiza un bloqueo económico e intenta recuperar Lituania a la fuerza. El 13 de enero del 91 fuerzas rusas asesinan a varios manifestantes no violentos y hieren a otros cientos que defendían de forma pacífica la torre de la televisión de la ciudad de Vilnius y el Parlamente lituano de los tanques soviéticos. Los hechos acaecidos en Vilnius recorren el mundo en forma de imágenes haciendo que crezcan las simpatías a favor de Lituania, Estonia y Letonia. Poco a poco los distintos países del mundo van aceptando la independencia de las tres repúblicas bálticas.
En el 2004, catorce años después de declarar su independencia, la Lietuvos Repúblika entra a formar parte de la Unión Europea.
Dejando atrás este retazo de historia, contaré que salí del Museo de las víctimas del genocidio sabiendo un poco más de Lituania y llevándome una sensación agria en la garganta. ¿Conoceremos dentro de veinte años algunos de los hechos atroces que están sucediendo ahora mismo en el mundo? Me doy cuenta, como otras tantas veces, de que los seres humanos somos capaces de lo peor, pero quizás, solo quizás, también de lo mejor. 

Incluyo aquí algunos enlaces interesantes relacionados con el tema:
http://es.wikipedia.org/wiki/Lituania  (La siempre útil Wikipedia, como bien me demostraron mis alumnos a lo largo de los años).
http://www.youtube.com/watch?v=MLGhvQ-iBUM (Imágenes de la Báltijos Kelias).


miércoles, 2 de octubre de 2013

El peso de la cultura




Como bien sabréis el término cultura ha sido definido en infinidad de ocasiones y tiene multitud de connotaciones distintas. Yo, que nunca me he caracterizado por este tipo de reflexiones filosóficas, me paro estos días a pensar en la cultura, en la filosofía y en otro tipo de cuestiones elevadas y de corte clásico (:p), lo que me hace caer en la cuenta de que se hace realidad el refrán popular que dice que “el diablo cuando no tiene que hacer mata moscas con el rabo”... De todas formas no es que me haya puesto yo a pensar en todo eso así, en frío, sin más, dándomelas ahora de un interés filosófico y existencial que casi nunca tuve, no, no es eso. Pienso en el peso de la cultura porque como expatriada recién llegada a un país que no es el mío me siento rara y un poco perdida. Llevo a cuestas la mochila cultural española, llena de modos de vida y costumbres arraigadas. Tengo que confesar que el otro día paseando sola por la ciudad, rodeada de gente con la que casi no me puedo comunicar, me dio por pensar en todos esos inmigrantes que hay en España y en lo dura que debe de ser su situación. Mi historia, evidentemente, es otra, mucho más fácil y mejor que la de ellos, pero por un instante, solo por un instante, sentí algo parecido a lo que seguramente sentirán todas esas personas que circulan (o circulaban antes de la crisis) por las ciudades españolas sin entender ni una palabra,  sin trabajo y sin amigos. Dejaré de lado estas reflexiones, grises como el día, y me pondré con el anecdotario.
El otro día salí sola, cogí el autobús y me di una vuelta por el centro, por la zona del Palacio presidencial (donde vive la presidenta de la República ) y de las facultades de Filología y Filosofía. De momento no tengo mucho que hacer de modo que me dedico a observar a la gente y a conocer cosas. La primera barrera cultural tiene que ver precisamente con eso. Aquí no está bien visto mirar (no digo cotillear, solo observar detenidamente...). Los lituanos son bastante más discretos con todos esos temas. Para muestra un botón. Ahora mismo estoy en casa escribiendo al lado de un ventanal enorme y con la cortina descorrida. Pasa gente por delante pero absolutamente nadie se para a mirar. Ni siquiera giran la cabeza con disimulo, como supongo haría yo.  Imagino esta misma situación en Mieres o en Oviedo o en cualquier otro sitio de los que conozco y seguro que la reacción de la gente no sería la misma.
Como iba contando antes de irme por las ramas, el otro día bajé a la  zona de las facultades a dar una vuelta y  a buscar a J. A. Justo al salir de una de sus clases J.A. me presentó a una compañera, una española con la que mantuve una conversación de lo más cordial. Luego, un poco más tarde, nos encontramos con otra compañera, esta vez lituana. Cuando me la presentó yo, ni corta ni perezosa, tirando de latinidad y de poco mundo, le planté a la moza dos sonoros besos en las mejillas. No os podéis ni imaginar el estupor de la chica y de la gente que tenía alrededor. Yo tardé un par de segundos en darme cuenta de que el tema de los besos no está igual de bien visto en todas partes. El peso cultural, sin duda, la mochila de costumbres que me traje de casa, junto al ordenador, los forros polares y el abrigo. La situación no llegó más allá. Ella rojísima por los dos besos, yo roja también al darme cuenta de que la chica se había sentido incomoda y J. A. aguantándose la risa y mirándonos a ambas con cara de sorna.
Esta es solamente una de las muchas anécdotas y de las situaciones que me caen encima estos días y es que lituanos y españoles tenemos cosas en común, pero también otras muchas que nos diferencian. En definitiva, la cultura y las costumbres pesan, echan raíces en nosotros y pasan desde que somos niños a formar parte de nuestro caracter. Luego decimos que los nórdicos o los bálticos son "fríos". ¿Serían así de "fríos" si hubiesen nacido en otra parte? Creo que no hace falta contestar la pregunta.
Aquí os dejo por hoy. Otro día hablaré sobre los tópicos que hay aquí sobre nosotros y os adelanto que realmente algunos se cumplen.  También, después de recibir algún correo preguntándome sobre determinados temas, os contaré cosas sobre la lengua, las comidas, los mercados, etc.
Feliz día o laba diena ;)