Llevo días queriendo hacer esta entrada del blog, pero
siempre he encontrado alguna disculpa, quizás porque me resulta un tanto
incómodo hablar del tema, quizás porque me parece algo personal, y muchas veces
cuesta escribir de cosas personales. Siempre preferí inventar que contar cosas
reales. Ante esta última reflexión no puedo más que traer a mi memoria las
palabras de Xuan Bello que muchas veces hago mías: “La verdá tamién se inventa: la vida, mírese per onde se mire, ye
siempre una mentira más o menos
bien contada”.
Sea como sea, el
caso es que hacía días que este tema me rondaba la cabeza. También llevo tiempo pensando en escribir sobre la educación en España, cosa de la que puedo hablar
con bastante conocimiento de causa. Próximamente en sus ordenadores...
En cuanto al tema
sanitario estos últimos días me he “encabronado”, y perdonadme la expresión, pero es
que es la que mejor define lo que siento, con el nuevo decreto según el cual si
eres un “joven aventurero” que pasa al año más de tres meses fuera de España,
pierdes la sanidad pública. No puedo expresar con palabras lo que siento ante
este tipo de cosas que me alejan poco a poco de mi casa, de mi país. No puedo
dejar de decir la vergüenza y la grima que me producen estos nuestros políticos
que velan solo por sus intereses, dejándonos a los demás tirados, vendidos.
Ahora, una cosa les diría (y si mi exquisita educación de escuela pública me lo
permitiese quizás les diría algo más…): ¡Hagan el favor de no pedir mi voto en
las próximas elecciones! ¡No llenen el buzón de mi casa con sus papeles y sus
absurdas promesas! ¡Váyanse ustedes a…!
Muchas veces solo
nos queda el derecho al pataleo. En este caso, más que nunca, trato de
ejercerlo en este pequeño escaparate.
Todo esto quería
decir, esto y mucho más, porque considero que en España siempre tuvimos una
excelente sanidad pública, esa misma que ahora mismo nos están arrebatando,
segando, mermando, con la disculpa de esta crisis de la que según ellos ya
estamos saliendo.
Cuando hace un mes
pensé en hacer esta entrada en mi blog no imaginé que fuese a empezar así. Mi
idea era simplemente hablar de la sanidad lituana y compararla con la nuestra. Quería
hablar de la sanidad lituana porque sin comerlo ni beberlo, la conocí por
dentro antes de lo que pensaba...
A principios del verano pasado a J. le
dijeron que le daban trabajo en Vilnius. Lo primero que hice yo (después de protestar, llorar y patalear) fue buscar
información sobre la ciudad y sobre el país en general y los pelos se me
pusieron como escarpias leyendo cosas sobre la sanidad del país. Tengo
que decir ahora, ya con conocimiento de causa, que lo que leí en uno de aquellos blogs espeluznantes se aleja bastante de la
realidad. Lo puedo contar porque lo he vivido. Experiencias nos da la vida. El caso fue que antes de venir, como me daba miedo el tema
sanitario y teniendo en cuenta lo hipocondríaca que soy, me hice un seguro de viaje
que incluía un seguro sanitario. Un par de veces tuve que ir a una clínica de
Vilnius y mi primera impresión fue que la sanidad privada de aquí nada tiene
que envidiar a la nuestra. El caso es que en una de esas visitas me detectaron
un pequeño problema ginecológico bastante surrealista (permitidme no entrar en
detalles, solo fue una de esas cosas raras que me pasan a veces). Esto sucedió un jueves y cuál fue mi sorpresa cuando me
dijeron que como muy tarde el sábado tenía que pasar por quirófano ya que me
tenían que hacer una pequeña intervención nada peligrosa pero sí muy urgente.
Todo se planteó así, de repente, sin darme tiempo a pensar. El médico que me atendió me dijo que no podía
esperar y que teníamos que contactar con nuestro seguro para planificar la
operación o ir urgentemente a la sanidad pública. Al final nos fuimos a la
pública a la mañana siguiente, ya que
tengo acceso a la sanidad lituana al
estar aquí apuntada como demandante de empleo (otra historia que contaré otro
día). Tengo que decir llegados a este punto que el trato que me dispensaron tanto los médicos/as como las enfermeras (solo había
mujeres) fue inmejorable. A pesar de la distancia
idiomática todo se arregló con la ayuda de nuestra amiga M., algo de inglés y
mucha voluntad por parte de todos, de tal manera que entré en el hospital a las diez de la mañana y
salí a las diez de la noche. En ese tiempo
sí que vi cosas que me llamaron la atención, pero desde luego nada malo. Fui
atendida de forma rápida y efectiva. Para el anecdotario
particular quedaron cosas como el entrar andando en el quirófano mientra ayudaba a la enfermera a empujar la camilla (no tienen
celadores), la bata de ositos a juego
con el camisón de franela rosa chicle o las zapatillas unisex talla cuarenta y siete, historias para contar, desde luego.
El caso es que aparte de pequeños detalles no encontré demasiadas diferencias
entre nuestros hospitales y los suyos, tal vez, eso sí, que en los hospitales
lituanos no hay gente de visita y no se oye ni un ruido en toda la planta.
Así fue mi
experiencia en la sanidad de Lituania. Todo bien a pesar del mal trago. No deja
de ser curioso que me hayan atendido tan bien en un país que no es el mío,
mientras en mi propia patria reniegan de mí por haber tenido que salir fuera.
Ironías de la vida.
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