A las once y
media de la mañana de un sábado cualquiera de enero bajamos andando desde nuestra casa con un ligero viento
que empuja los copos de un lado hacia otro. El paseo no es largo. No llevamos
paraguas. Hemos descubierto que la gente de aquí no lo utiliza para la nieve.
Quizás es porque normalmente no nieva en tanta cantidad como en Asturias o tal
vez sea porque aquí, a esta temperatura, cuesta sacar las manos de los
bolsillos, aunque lleves dos pares de guantes como los míos: debajo unos de forro
polar fino y sobre estos unas manoplas de lana compradas hace un mes en Kalvarijų, el mercado hacia el que nos
dirigimos. El Kalvarijų Turgūs (mercado de Kalvarijų) está en plena ebullición. Poco importa que esté nevando
y que nos hayamos levantado con quince grados bajo cero. Todo sigue en
su sitio. Ni el frío ni la nieve pueden impedir que un lituano continúe con su
vida normal. Ley de vida. Son
duros como piedras. Nosotros entramos por la parte de atrás del mercado, donde se sitúan las personas que
venden cosas de segunda mano de todo tipo: objetos de porcelana, ábacos,
patines de hielo, trineos, gorros de piel, abrigos, medallas y pins de la época soviética, juguetes
antiguos, etc. En Kalvarijų, a diferencia del otro mercado
al que vamos otras veces los sábados, el
Tauro Kalno, casi nunca hay turistas en busca de gangas.
El suelo está
resbaladizo y no es fácil caminar entre la nieve. A pesar de eso todos siguen
en su sitio. Inamovibles. En la parte de atrás, además de cosas viejas y alguna
joya de colección, hay prendas de lana. Hoy hemos venido a por unos guantes.
Sobre una mesa que no tiene ningún tipo de resguardo coloca la mercancía la
señora a la que yo le compré los míos.
Está siempre en el mismo sitio. Hoy tiene las prendas cubiertas por un plástico
fino. Nosotros nos quedamos mirando los guantes mientras ella va a ver a un
ruso que tiene un puesto justo en frente del de ella. Hablan entre ellos. Luego la señora vuelve, saca una tacita de debajo de su mesa y va hacía el ruso. Él se la
llena de café. Ella regresa a su puestecito y mantiene con nosotros una
conversación parecida a la que tuvimos cuando yo compré mis guantes. Nuestro
nivel con el idioma no da para más. Nos pregunta que qué lenguas hablamos
y nos dice que ella habla lituano, ruso y polaco. Nosotros no manejamos ninguno
de las tres, pero no importa. Si algo he aprendido en estos últimos meses es
que en determinados momentos el no tener un idioma en común no es lo más
importante. Los guantes de lana tejidos a mano nos cuestan quince litas (menos
de cinco euros). Yo me voy de su puesto con sensación agridulce, me pasa muchas
veces desde que estoy en Vilnius, me apena ver a gente tan mayor trabajando en estas
cosas. Siempre que quiera guantes volveré aquí. Quizás empiece a regalar
guantes a mis amigos…
Seguimos cotilleando los puestos. La nieve
empieza a caer con más fuerza y comienza a formar una capa más gruesa sobre el
suelo. Al fondo está otra de las
señoras que siempre están en el mercado. Lleva un abrigo de piel muy grueso con
una capucha que le taba la cabeza. Bajo semejantes pieles se ve aún más menuda
que de costumbre. Me paro en su puesto y ella me sonríe. Siempre me sonríe.
Pienso que un día tengo que comprar alguna de sus piezas de porcelana, muñecas de
época soviética u ositos Misha. Miro con detenimiento pero no encuentro nada.
No importa. Seguro que algún día lo encontraré. Muy cerca está otro de mis tenderetes favoritos: el sitio donde compré un azucarero de cerámica alemana de la época de la RDA hace unas semanas. Bajo la sombrilla gigante, utilizada en este caso como paraguas, se esconden piezas únicas y genuinas conservadas en buen estado y a muy buen precio. Esta vez miro pero me resisto y, aunque veo un samovar que me gusta mucho, al final no me llevo nada.
El recorrido por la parte
trasera de Kalvarijų siempre nos lleva un buen rato.
En esta ocasión nos vamos con un par de guantes y un ábaco que J. acaba de comprar a
un ruso. Luego nos metemos por la puerta que lleva al mercado propiamente dicho
y nos encaminamos a la parte central, al pabellón de los
embutidos, donde se puede encontrar chorizo o lomo a precios que para un
español resultan irrisorios. De camino me paro en uno de los muchos puestos de
ropa y me compro unas mallas por veinte litas. Les busco la etiqueta
porque una de las cosas que me sorprenden de Lituania es que casi no tienen productos made in China. Son turcas y tienen pinta de abrigar mucho. Falta nos hace…
Dentro de la zona de los embutidos, uno de los pabellones cubiertos en medio del
mercado, el jaleo es impresionante. La gente de la ciudad recorre los pasillos
comprando jamón, tocino, salchichas, lomo, chorizo, pan negro o verduras
enlatadas. Nosotros todavía no nos hemos atrevido con las últimas, pero sí con
todo lo demás. Recorremos los puestos y escogemos algunas cosas. Ahora ya
entendemos determinadas palabras (pocas) y sabemos que nos estamos llevando lomo y
chorizo de vaca.
Salimos del mercado sobre la una de la tarde. Sigue nevando. El
viento frío empuja los copos hacia nuestras caras. Yo me cubro la boca con la
bufanda y comienzo a caminar. Es sábado y estamos a menos quince. Así es
Vilnius.
Prubitinos! Ya podéis comer bien caliente y con bastante tocín.........
ResponderEliminarJi ji ji. ¡Y tomar caldinos de pita!
EliminarYo tenía un profesor que no se cansaba de decirnos: "viajad, viajad mucho. Se aprende más viajando que en los libros..." Disfruto un montón leyendo tus "crónicas". Espero que pronto publiques un primer tomo con tus "andanzas". Ah, y si quieres te mandamos un poco de caldín de pita de lo que M. Paz tiene siempre a punto para ella y tu ahijado, aunque preveo que se congelaría antes de llagar a ti.
ResponderEliminarOye, que llevo un rato intentando contestar y se me resiste, je je. Y eso que es mi blog... Te decía que el caldín de Mari Paz sería muy bien recibido, pero que el mío está hecho con su receta. Por lo demás, es cierto que viajar enriquece y es muy interesante. La parte mala es tener que estar tan lejos de la familia y de los buenos amigos. Un abrazo. :)
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