
Por otra parte
con la llegada del buen tiempo, sin previo aviso, la gente ha tomado las calles
y parece que no las abandonarán hasta septiembre, cuando en un momento, también
sin avisar, llegue el frío otra vez y las personas de la ciudad se preparen
para ese invierno largo, de poca luz y de frío eterno. Pero ya es casi verano,
y no vamos a pensar en lo que se nos viene encima en unos meses. Ahora mismo
los días soleados animan a salir a la calle y a recorrer los múltiples espacios verdes que hay.
—Vilnius es una ciudad colocada en medio de un bosque ¿no
te parece? Hay casi tanto verde como en Asturias —me dice J. un día.

Una tarde
cualquiera, ya hace días de aquello, aprovechando la primavera, nos decidimos
por fin a subir a la Colina de las tres cruces, una de las visitas obligadas
que yo todavía no había hecho. La tarde era muy clara y ya apretaba el calor,
pero fue fácil llegar arriba del todo. Lituania es una tierra muy llana y a
veces los lugares que para ellos son elevados a nosotros nos causan cierta
risa. El caso es que el camino era fácil y la tarde calurosa pero agradable. Al
llegar arriba, justo en la base del último repecho, había un cartelito que
explicaba un poco de la historia del sitio (Vilnius es un lugar lleno de
historias, eso es algo que me fascina). Parece ser que en el siglo XIII varios
monjes habían sido asesinados en las inmediaciones de la colina. En memoria a
aquellos monjes, en el siglo XVII se construyeron unas cruces en lo alto de la
ciudad. Aquellas cruces, erigidas como homenaje a los monjes, fueron literalmente destruidas durante la época
soviética, de tal forma que su reconstrucción supuso un símbolo frente a la
represión comunista sobre el pueblo lituano. Ahora, las tres cruces enormes
coronan uno de los pocos puntos altos de la ciudad. Sin duda el paseo merece la
pena, no solo por conocer otro pedazo de la historia intrincada de este pueblo
sino también por contemplar el paisaje que se aprecia desde el altillo: el castillo
a la derecha y la extensión de una
ciudad no muy grande en la que se distingue claramente la época dorada, con sus
monumentos, iglesias y plazas, de la época soviética, cuyos bloques salpican
algunas zonas bien demarcadas. Y luego está el verde de los árboles y prados
colándose entre las casas y conformando rincones extraños dentro de una zona
urbana.
El camino de
vuelta lo hicimos por la otra ladera, en dirección a Užupis. Luego nos
sentamos al lado del río, como hacen los lugareños, y dejamos que se gastasen
los minutos de aquella tarde larga que tardó en transformarse en noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario