lunes, 30 de septiembre de 2013

Valar Morghulis



Suena el despertador en mi nueva casa. Salgo de la cama y miro el termómetro que tenemos colgado de la ventana. Cinco grados. Son las siete y media de la mañana, hora local. Casi es de día. Me asomo y veo que ya hay actividad. A lo lejos se ve a un padre que lleva a un niño con mochila, empaquetado en un plumas enorme. El barrio parece tranquilo.
Como hoy es el primer día de mi año “selvático” estoy un poco despistada y no sé por dónde empezar. Una y otra vez pienso que hay ocasiones en las que es mejor que los sueños no se hagan realidad. Toda la vida deseando tener tiempo para poder escribir y ahora que tengo el tiempo me desespero porque echo de menos mi trabajo como profesora de Llingua asturiana. A media jornada, eso sí. Para los que no sepan lo que eso significa les diré que no es un lujo precisamente. El interino es el último,  ultimísimo del engranaje de un IES. ¡Pues haber aprobado la oposición! —Diréis. Ja ja   —Os diré yo. Y no quiero hablar de mis últimos exámenes en Asturias, pero sí contaré que conozco a gente que con más de un nueve ni siquiera han hecho una triste sustitución.
Reflexiono y concluyo que ironías de la vida e injusticias varias son las que me han traído a mí a Vilnius. A otros conocidos les han llevado a Suiza o USA. La gente se va buscando la vida fuera de España. En mi caso, paradójicamente se cumple así mi sueño de siempre. Un año para escribir. Un año para intentarlo. Se despiertan entonces los fantasmas, el miedo a no poder escribir nunca más nada decente. Cuando acabo una historia siempre pienso que igual ya no hay más. Normalmente me equivoco, pero nunca se sabe.
Ahora mismo, aquí plantada, frente al ordenador, me vienen a la cabeza las imágenes de mi primer día en Vilnius, hace ya un mes, cuando solamente vine de visita, a ayudar a J.A. a buscar casa. En aquella ocasión un taxi nos llevó hasta el centro. Yo, que esperaba que esto fuese de otra manera, no sé muy bien cómo, pero de otra manera, me sorprendí gratamente. Al entrar en el casco antiguo —edificios blancos y cuidados, hermosa luz, cielo azul radiante—, absorta en mis pensamientos, creí oír al taxista diciendo algo parecido a Valar Morghulis. En ese instante un tanto raro recordé a Arya, la niña de Juego de tronos y su letanía nocturna.
Ahora, un mes después, al igual que la niña Arya, enumero una serie de personas que son culpables de que J.A. y yo no podamos vivir la vida que habíamos planeado (eso sí, yo, a diferencia de Arya, no les deseo la muerte... ). No voy a señalar a esas personas con el dedo ni voy a decir sus nombres en voz alta, pero desde luego muchos de ellos son políticos.  Políticos extranjeros que aprietan y sacan la sangre a personas que no tienen la culpa de esta crisis que nos hunde, políticos nacionales que velan por sus propios intereses mientras chupan de la teta de mamá Estado y dejan en bragas a la gente de la calle. Políticos autonómicos que cortan y recortan donde les viene en gana y que piensan solamente en la rentabilidad que sus acciones pudieran o pudiesen tener en las urnas.
Sea como sea ahora estoy en Vilnius, sentada al lado de una ventana que me descubre un día sorprendentemente soleado en este otoño lituano, tan igual y tan distinto a la seruenda asturiana. Desde aquí, tan lejos de mi casa, abro ahora esta ventana, este blog que nace sin ninguna pretensión, en el que escribiré en español o en llingua asturiana, según tenga el día, en el que, como no podía ser de otra manera, contaré las cosas desde mi punto de vista. 

Bienvenidos/as  a Vilnius. Nos vemos pronto.
:)

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